Luz Verde: Miradas y enfoques sobre la luz, por el Museo de Física

Con el libro "Luz Verde, Miradas y enfoques sobre la luz", el Museo de Física de La Plata se suma a las celebraciones del Año mundial de la luz y las tecnologías asociadas 2015

De las cuatro interacciones fundamentales, la electromagnética es la que mayor relevancia presenta en nuestra vida cotidiana (siempre que tomemos las mínimas precauciones que la gravedad demanda: no salir de nuestro departamento del quinto piso por la ventana). Y el destilado más refinado de esta interacción, que dota de sentido y posibilidades a nuestra existencia, es la luz. No sólo la luz visible, la de la magnífica paleta del arcoíris, sino también aquella que porta consigo la calidez de nuestra estrella más cercana y el germen azaroso de la evolución de las especies.

La luz solar es convertida por las plantas en azúcares que son el combustible de la vida. Comprender qué es la luz ha demandado una buena parte de la historia del pensamiento científico y la mejor tradición de la pintura -especialmente durante el impresionismo-, de la fotografía y del cine. «Luz verde: Miradas y enfoques sobre la luz» respira la frescura del entusiasmo que Paula Bergero, Cecilia von Reichenbach y Florencia Cabana vuelcan a diario en el Museo de Física de La Plata. En cada una de sus explicaciones se percibe el deseo de que el lector disfrute tanto como lo hacen ellas, y por eso acompañan el texto con extractos de poemas y canciones que aluden directa o tangencialmente a aquello que se está tratando. La sucesión de textos y parágrafos se asemejan a la colorida composición de un cuadro de Kandinsky. Parecen querer celebrar así la misteriosa magia del color, que comienza en la feliz coincidencia del espectro visible con el máximo de emisión en la radiación solar. Como si nuestros ojos se hubieran adaptado a la temperatura superficial de una estrella que está a 150 millones de kilómetros o tuviéramos, en definitiva, la inmensa fortuna de vivir aquí y ahora.
La búsqueda de una explicación para el fenómeno de la luz ha convocado a lo más granado de la historia de la física, desde Isaac Newton hasta Albert Einstein, pasando por James Clerk Maxwell. Inicialmente pensada como un torrente de corpúsculos, más adelante como una onda, nuevamente como corpúsculos para llegar, en pleno siglo XX, a la conclusión de que puede ser ambas cosas a la vez y que incluso, a energías más altas, la luz empieza a confundirse con interacciones que ocurren en el interior del núcleo atómico y que, paradójicamente, son la base del brillo del Sol. Círculos que se cierran como los anillos de Newton bajo la curvatura de una lente o los anillos de Einstein, esas colosales imágenes que resultan de la comunión del electromagnetismo y la Teoría de la Relatividad General.
"Vengo de los fuegos empíreos/desde espacios microscópicos/donde las moléculas con feroces deseos/tiemblan en abrazos ardientes./Los átomos chocan, los espectros resplandecen [...]", escribió Maxwell en un poema dedicado a Peter Tait, uno de los padres de la termodinámica. El escocés concibió el concepto de campo que había intuido Michael Faraday, pero no se permitió apostar por él como algo fundamental y nuevo. Siempre quiso verlo con los anteojos de la época, enceguecido por la mecánica de Newton. Por ello apostó por la existencia del éter, como todos sus contemporáneos y tuvo que ser Einstein quien pulverizara esta posibilidad poniendo de relieve el status singular y elegante del concepto de campo y decretando el carácter universal de la velocidad de la luz en el vacío. Toda la física moderna descansa en estas ideas.

Es fascinante también la historia de los intentos que el ser humano ha realizado por domesticar a la luz, produciéndola a su antojo ante la retirada diaria del Sol. A través del fuego en los albores de la civilización o, algunos milenos más tarde, mediante la lámpara incandescente. Hasta llegar al desarrollo de los sofisticados láseres y leds, cuya ciencia y tecnología constituyen el mascarón de proa de la investigación de vanguardia desde hace varias décadas. La fascinante naturaleza de la luz hace que se la pueda considerar de forma distinta según las circunstancias. Desde el fino trazo euclídeo de la óptica geométrica a la incorpórea ola que da lugar al fenómeno de la interferencia, ése que las autoras sintetizan en la forma de una ecuación inquietante: luz + luz = oscuridad.

Es la luz la única portadora de información que tenemos sobre el Universo temprano a través de lo que se conoce como la radiación cósmica de fondo. El satélite europeo Planck ha sido capaz de estudiar esa luminosidad primigenia con tanto detalle como para determinar diferencias de temperatura de una diez milésima de grado entre dos puntos cualesquiera del cosmos más antiguo. Y gracias a ello tenemos un conocimiento bastante satisfactorio de lo que ocurrió en la infancia del Universo visible. Esta última palabra no es gratuita: el Universo puede ser infinito, pero nada sabemos -ni probablemente sabremos jamás- de aquella parte que no comparte con nosotros su luz. El primero en intuir algunas de estas ideas y dejar constancia de ello fue un escritor nacido en Boston: Edgar Allan Poe.

Esta maravillosa saga científica tiene su correlato en la exploración de la luz desde la otra cara de la curiosidad indagadora del ser humano: el arte. Y «Luz verde», lejos de dejar de lado esto, lo celebra profusamente a lo largo de sus páginas. La pintura es una forma de reproducir con colores en una superficie plana la pletórica expresión lumínica de una escena que también tiene profundidad. La fotografía ha vivido sus mejores horas en la búsqueda de todas las formas posibles de capturar la luz. De devolver su textura y sus matices. El cine ha logrado el prodigio de empaquetar luz en movimiento y devolverla en lugares y momentos distintos. Las obras cumbre de la historia del cine no son otra cosa, en definitiva, que la reproducción de una combinación única y entrañable de luz y sonido.

Una reflexión aparte merece la luz que está afuera del espectro visible. Es mediante ella que se transmiten la radio, la televisión, las señales de los satélites que permiten el funcionamiento de internet o el GPS. A través de ella calentamos los alimentos, podemos ver una fractura sin necesidad de abrir al paciente y sabemos mucho más del Universo que aquello que nos dejan ver nuestros ojos. Las imágenes de estrellas y galaxias en longitudes de onda que están fuera del espectro visible nos permiten observar en detalle procesos físicos esenciales que, como anticipó un entrañable personaje de Antoine de Saint-Exupéry, son invisibles a los ojos.

Por José Edelstein
Prólogo a Luz Verde, Miradas y enfoques sobre la luz.
De Paula Bergero. Museo de Física de La Plata. Editorial IFLP. Noviembre 2015

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